En esa época
me gustaba mucho caminar por los jardines del pueblo, ya que era primera y
todas las flores lucían sus preciosos colores y bailaban al ritmo de la suave
brisa. Iba todos los días con un libro y siempre me sentaba en el mismo banco.
Siempre me sentaba sola pero no me importaba, ya que tenía la compañía del
libro y de las flores.
Un día
estaba leyendo La colmena en el banco. Termine el primer capítulo y decidí levantar la mirada para
descansarla y envolverme en el delicado olor de las orquídeas. Entonces
apareció él. Era alto y moreno, con los ojos verdes esperanza, de piel clarita
y con una sonrisa imponente. No pude evitar fijarme en él, y él en mí.
Enseguida fijé la mirada en el libro fingiendo leer. Él se sentó a mi lado. Era
la primera vez que alguien se sentaba en el banco conmigo. Me preguntó mi
nombre y yo respondí diciendo Rosalía. Sonrió. Yo le pregunté el suyo y me dijo
Alfredo. A partir de ahí, comenzamos a charlar horas y horas para conocernos
mejor. Estuvimos varios días viéndonos en los jardines y en el mismo banco de
siempre.
El sábado de aquella semana me dijo que tenía que contarme
algo. Atenta, abrí las orejas y comencé a escuchar. Me dijo que pertenecía al
ejército de la marina y que estaba allí de descanso unos días, pero que tenía
que volver. Triste, le pregunté cuándo tenía que volver al puerto para embarcar
y me respondió que al día siguiente. Estaba terriblemente triste, pero él me
dijo que no lo estuviese, pues teníamos que aprovechar nuestro último día
juntos.
Estuvimos paseando por los jardines de la mano todo el día.
Al día siguiente le acompañé al puerto para despedirnos y me
prometió volver. Me dio entonces un beso que jamás olvidaré.
No podía
evitar tener miedo de saber si volvería o no, pero ya solo podía esperar.
[Narración con final dado. Ainhoa Martínez Arráez 2ºB. Curso 2018-19]
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