Hola, yo soy María Cedocobia Fernández López y te voy a contar mi historia.
Ayer, fui al instituto a darles clase a mis alumnos, porque soy profesora de Lengua. Mis alumnos me conocen como la maja, guay, un poco tiquismiquis… pero yo me considero un poco bipolar, porque en mi casa y con los demás profesora soy una completa pija (y mira que lo admito). No soy la típica maestra, soy más bien un poco… RARA: soy delgada, alta, con los ojos saltones y tengo el pelo rapado de un lado y con flequillo. Siempre visto ropa roja (sí, lo sé, tengo una manía) y con un sombrerito. Cuando sonrío me sale una sonrisa diabólica (es de nacimiento). Yo soy una profesora de lenguaje que adora a sus alumnos y, de hecho, ellos también me adoran a mí.
El caso es que ayer estaba dando clase normal y todo fue genial. En el recreo le tocaba guardia a Ricarda, y yo bajé de la sala de profesores para hablar con antiguos alumnos que estaban en la puerta del colegio esperándome. Estuvimos hablando un buen rato y me hicieron regalos y todo, pero mientras tanto, noté cómo mi hermana me miraba fijamente y con una mirada fría y estremecedora con al que me sobresalté y me sentí incómoda, al saber que me observaban. Luego en la siguiente clase que me tocó, estábamos viendo un vídeo de cómo conseguir rimas y hacer poesías, porque quería hacer una actividad muy chula de improvisar poesías y canciones; pero en la clase de al lado, en la cual hacía un examen, estaba mi hermana. Y vino y nos echó una bronca del once. A la hora del segundo almuerzo ya me tenía más que frita. ¡Llevaba otod el día torturándome! Después de almorzar , me fui a poner a mi hermana en su sitio. Se lo dejé bien clarito, chillando y todo. En ese momento, estábamos en el aula, la ventana estaba abierta y la puerta cerrada. Mi hermana ya había almorzado, pero al escuchar el sermón se puso más furiosa que cuando se pasa toda la mañana sin almorzar. De repente, sacó de su bolso una aguja con un líquido verde, cogió una tiza y la agujereó con un punzón, todo aquello tranquila y silenciosamente. Yo, sin saber si tener miedo y chillar por la ventana abierta, si quedarme quieta o enfrentarme a ella, decidí la opción de quedarme quieta hasta averiguar qué pasaba. Cuando terminó de agujerear la tiza, le metió con la aguja el líquido y, mientras que tapaba con los restos de tiza del suelo (de haber agujereado la tiza) el agujero, me atreví a preguntarle:- ¿Qué es ese líquido? ¿Para qué sirve? ¿Qué vas a hacer?Yo misma me tapé la boca porque pensé que eran demasiadas preguntas. Ella se limitó a terminar su trabajo y decirme:- Veneno, para matar, esto.Al principio no comprendí y luego me di cuenta de que había contestado a todas mis preguntas. Mientras que yo hacía todo ese razonamiento, ella se limitó a coger la tiza y apuntar. Cuando empecé por fin a reaccionar y decidí chillar de miedo y “salir por patas” me tiró la tiza. Me cayó justo en la boca porque estaba chillando como una loca y, la verdad, no sé si morí por el veneno o por el atragantamiento.Una de mis alumnas vio la escena a través de la ventanita de la puerta porque había olvidado su almuerzo y luego se fue a la sala de profesores y lo contó todo. Mi hermana parecía satisfecha, pero por dentro no lo estaba. La arrestaron y todos lamentaron mi muerte, incluso ella. En cuanto a mi, me da igual. Ahora estoy en “el más allá” o no sé dónde, y a cada nuevo muerto que llega y tiene curiosidad, le cuento mi historia.
[Redacción realizada por Daniela Bernal Ruiz, 1º ESO A]
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